La obra que tengo el inmenso halago de prologar aquí, es un estremecedor relato de confesión que denuncia el absolutismo determinista de ciertas máquinas sociales que fuerzan a la ilegalidad y detienen en ella a una gran parte de (nos)otros.
Todos podemos ser culpables y entonces, de algún modo, ya lo somos. Algunos, sin embargo, son más culpables que otros.
Ojala disfruten la lectura. A mí, personalmente, me conmovió. Pero si, como creo, es aquel que lee el que termina de concluir la obra en su entonación única –por eso no hay dos ejemplares idénticos de un mismo libro y ahí están las marcas, o la ausencia de marcas, para exponerlo irrefutable– es el lector, cada lector, quien desde ahora tiene la palabra. Y estará en él –en su conciencia y en su voluntad, pero también en su inconsciente– lo que decida, lo que pueda, lo que se proponga pensar y hacer con ella.
(Del prólogo del Dr. Osvaldo R. Burgos)
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