El defensor tiene la palabra

El defensor tiene la palabra

La obra que tengo el inmenso halago de prologar aquí, es un estremecedor relato de confesión que denuncia el absolutismo determinista de ciertas máquinas sociales que fuerzan a la ilegalidad y detienen en ella a una gran parte de (nos)otros. Todos podemos ser culpables y entonces, de algún modo, ya lo somos. Algunos, sin embargo, son más culpables que otros. Ojala disfruten la lectura. A mí, personalmente, me conmovió. Pero si, como creo, es aquel que lee el que termina de concluir la obra en su entonación única –por eso no hay dos ejemplares idénticos de un mismo libro y ahí están las marcas, o la ausencia de marcas, para exponerlo irrefutable– es el lector, cada lector, quien desde ahora tiene la palabra. Y estará en él –en su conciencia y en su voluntad, pero también en su inconsciente– lo que decida, lo que pueda, lo que se proponga pensar y hacer con ella. (Del prólogo del Dr. Osvaldo R. Burgos)
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  • Pròlogo
  • Prefacio
  • Primera parte
    • I
    • II
    • III
    • IV
    • V
    • VI
    • VII
    • VIII
    • IX
    • X
    • XI
  • Segunda parte
    • I
    • II
    • III
    • IV
    • V
    • VI
    • VII
    • VIII
    • IX
    • X
    • XI
  • Epìlogo

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